Por: Legna Caballero Pérez
Nueve décadas y siete años es un tiempo muy corto si lo comparamos con la historia de la humanidad. Pero 97 primaveras también son un cúmulo de sueños, miedos y preguntas.
Cuando Julio Antonio, el muchacho atrevido y genial, se lanzó a la aventura de la FEU, nadie imaginó que la organización estudiantil duraría tanto. Porque siempre han existido esas miradas escépticas hacia la juventud.
Pero la FEU no es solo un montón de consignas, no solo es historia, no solo es Mella. La FEU es una forma de vivir la Universidad, un modo de creer y crear en nuestra generación. Pertenecer a la FEU es asumir los desafíos de nuestro tiempo, levantarnos cada mañana con una idea nueva de cómo cambiar el mundo.
Pertenecer a la FEU es curiosear en lo que nos rodea y transformarlo. Es aprender a ser amigo, a ser hijo, a ser joven y a ser cubano. Pertenecer a la FEU representa romper los muros internos y externos, para obrar con voluntad y por el bien común.
Es no conformarse, ni resignarse a perder el protagonismo. Es participar, dudar de todo, imaginar un futuro mejor y luchar por eso hasta el final.
La FEU no habita en discursos de cuatro hojas ni en botellas por el mar. Hoy viaja hasta en redes sociales con mensajes claros e inteligentes.
No es un espacio físico, sino una manera de ser y actuar. Abarca desde el aula y la universidad, hasta la comunidad y la familia. La FEU no es alguien, ni tampoco es un mural, o una reunión, o una actividad.
La FEU es el muchacho que ahora mismo está escuchando a Buena Fe, o la joven que se prepara para los juegos deportivos, o el que ensaya su actuación para el Festival de Artistas Aficionados, o el becado que defiende su tierra, o el que sueña ser lo que nadie ha podido ser. No somos de la FEU. Todos somos FEU. La hacemos, la sentimos y vivimos.
FEU parece tener más letras que esas tres, porque nunca Mella pudo definir en un solo nombre de organización, todos los sueños, los miedos y las preguntas que ahora caben en 97 años.
